Cuando hablamos de Espiritismo, el imaginario popular puebla nuestro cerebro con fenómenos como la psicografía, aparición de espíritus, premoniciones, videncias. etc.
A pesar de que los estudiosos de la doctrina espírita tienen una visión más amplia sobre el origen del Espiritismo, con sus raíces pedagógicas que se remontan a siglos en las voces de Sócrates, Comenius, Rousseau y Pestalozzi, hay entre ellos una resistencia terrible, o quizá una ignorancia, de como colocar en práctica esa herencia antigua, pero reveladora del Espiritismo.
Cuando la cuestión es la caridad asistencialista, parece fácil a los espíritas practicar el desprendimiento disponiéndose a ayudar al prójimo. Ya dice el viejo proverbio popular, que ser bueno para los otros es mucho más fácil que ser bueno dentro de casa.
La Educación familiar hace parte de un mosaico de acciones y de sentimientos que deben ser foco de análisis y reflexión continua. La relación entre padres e hijos, entre cónyuges y entre los hermanos debe ser objeto de preocupación constante. La estructura familiar no debe ser vista como obra del acaso. Cuando una pareja recibe la responsabilidad de formar una familia firma un “contrato delante de la eternidad”. El bienestar financiero, material, que los padres deben ofrecer a los hijos, es apenas la punta de un iceberg cuando pensamos en la educación de un espíritu. El compromiso con los hijos, antes de cualquier cosa, debe hacer parte de la propuesta de mejora individual.
Cuando somos jóvenes nos parece que tendremos todo el tiempo del mundo para pulir las aristas de nuestra evolución, pero ante la formación de un núcleo familiar, esa transformación se torna urgente. Esa visión no significa que la función de padres esté relacionada con la búsqueda de la perfección, entretanto urge la necesidad de estar alerta y vigilantes. Todo ese compromiso habla al respecto del punto clave de la educación: que es el ejemplo. No se puede educar contra el vicio, si lo acarreamos nosotros mismos.
Otra cuestión importante es el entrelazamiento de la felicidad individual con la felicidad de los hijos. Esa premisa, de ruptura con el individualismo, demuestra el carácter evolucionista de la educación espírita – ¿cómo puedo ser feliz como individualidad si aquél que está bajo mis cuidados va a sufrir ante mis elecciones?
El trabajo mediúmnico ilustra para los escépticos y comprueba para los espíritas que los lazos familiares perduran a lo largo de la eternidad: hijos que reencuentran padres, padres que rescatan a sus hijos de siglos de sufrimiento, corroboran la idea de que aunque que nos apartemos o abdiquemos de nuestras responsabilidades paternas y maternas, no seremos felices sin la felicidad de nuestros hijos.
Esa cuestión es fundamental, pero no es la única.
La convivencia en el ambiente familiar es extremadamente compleja desde el punto de vista espiritual. Hay una diversidad de razones para que los espíritus reencarnen en una misma familia, entretanto se pierde mucho tiempo queriendo saber cuales son las relaciones anteriores que se amoldan a las relaciones actuales. Ahora, la cuestión es cómo administrar esas nuevas relaciones. Pestalozzi usaba la palabra “anschauung”, o, percepción, en castellano, como el punto clave de la educación y su propuesta se extiende a la perspectiva espírita. La madre, cariñosa y presente, tiene la condición, desde muy pronto, de delinear las características de la personalidad de su hijo y así trazar un plano de acción en relación a la educación.
Verificar esos trazos no es de modo alguno observar al espíritu encarnado como una cobaya de laboratorio, sino intentar vislumbrar que reacciones ese espíritu va a presentar de acuerdo con los estímulos que recibe. El propio Pestalozzi ya dijo que el amor incondicional es la fórmula infalible para la educación de un espíritu endurecido, hago una salvedad refiriéndome a los casos en que el educador es parte de una relación intrincada del pasado, intentando reconquistar al espíritu que fue masacrado por él mismo en vidas pasadas.
La situación puede tornarse entonces complicada para la expresión de un amor incondicional. Los padres que de alguna forma se presentan en condiciones de recibir ese espíritu, deben concentrarse en desenvolver un amor mucho mayor del que necesitaría cualquier educador para obtener éxito. Ese amor debe venir revestido de humildad para conquistar el perdón del otro, por haber sido tal vez su verdugo en el pasado, y de perseverancia para no desistir de transformar el sentimiento entre ambos en un amor paterno/materno/filial. Esa es una de las empresas de mayor dificultad en el ámbito familiar.
Otra es que la sociedad, equivocadamente, concedió a los padres, no sólo la guarda legal de sus hijos, sino también la autoridad máxima delante de la sociedad. Esa concesión se ha venido depurando a lo largo de la historia de la humanidad, con casos no raros de autoritarismo y abuso de poder (cuando no se ha transformado para la violencia explícita o el abuso sexual, que no es raro se den dentro de la propia familia). Y actualmente, más allá de esas situaciones de autoritarismo, también encontramos casos opuestos, de total negligencia familiar.
Cuando Rousseau postuló que el hombre nace puro y la sociedad lo corrompe, estaba proponiendo que la sociedad protegiese incondicionalmente a sus niños de las maldades y de los vicios de la propia sociedad; propugnaba así que el niño fuese educado bajo los principios Divinos, para que no se contaminase con las flaquezas de los hombres.
Se oye con frecuencia padres preocupados con la manutención financiera de su familia, pero despreocupados con su influencia moral sobre los hijos. Frases como: “ve tras tus sueños, arréglatelas, yo ya hice mi parte,” son algunas de las palabras repetidas hasta la saciedad. La prisa por desvincularse del “fardo” que es la educación de los hijos una vez más demuestra la falta de conocimiento sobre las cuestiones e implicaciones de la educación espírita. La responsabilidad sobre los hijos no tiene una fecha limite para acabar. Los educamos para la eternidad.
Pero esa influencia nuestra sobre ellos no significa modelarlos a nuestra imagen y semejanza. Nuestra cinta de medir no es la cinta de medir que sirve para ellos. Es común que los padres digan : “Yo conseguí todo a costa de mi mismo”. El espiritismo, y la pedagogía espírita en particular, nos advierten de la singularidad del espíritu. Cada cual es cada cual, aunque debamos esforzarnos para que la singularidad de cada uno se desenvuelva en el bien.
Janusz Korczak, gran educador polaco decía en su libro “Cuando yo vuelva a ser niño”, que debe haber un esfuerzo enorme de parte de los adultos para subir al nivel (espiritual) del niño y entender la grandeza de ese ser. Siendo así, ¿cómo podemos situarnos como ejemplos para la educación de esos seres tan especiales que nos llegan indefensos?
El trabajo debe ser intuir cuáles son sus flaquezas mas recónditas y no dejarlos caer nuevamente… Tomar como preciosos tesoros sus cualidades y talentos, haciendo con que estos puedan ser sus alas propulsoras en dirección a la evolución. Cabe a la pareja ese trabajo de edificación de espíritus, comenzando por si mismos.
La pareja que, humildemente, se coloca en el papel de aprendiz, que tiene su amor basado en una relación que transciende el amor carnal y se basa en la admiración mutua de las cualidades del otro, como espíritu, se ve muchas veces en la posición de reconsiderar sus actos, de ver la situación a través del prisma del otro y de tomar actitudes más maduras en relación a si mismo y, principalmente, en relación a su familia. Estos tienen muchas más ocasiones de ofrecer una educación más adecuada a sus hijos por no estar comprometidos con la vanidad – “soy madre o padre y se lo que es mejor para mi hijo…”
Nutrir una familia espiritualmente no es un fardo, pero, sin duda, es un trabajo arduo, que permanecerá por generaciones. Encuentros y desencuentros, aciertos y desaciertos hacen parte de ese proceso – el resultado sólo será visto a largo plazo, pero el dolor y la frustración por el abandono de la oportunidad de crecer y hacer crecer el otro espíritu serán inconmensurables.
Claudia Mota
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