“Diversas teorías sobre educación preocupan a padres y educadores en la época actual, cuando surgen tantas preguntas y respuestas sobre principios, hasta ahora, considerados incuestionables. […]
Nadie tiene dudas sobre la necesidad de enseñar a pensar. En una sociedad en que la plenitud de conocimientos, de informaciones, llega a la culminación de lo inimaginable, enseñar a pensar se ha tornado de hecho, una imposición en los métodos educativos. No basta, y no es conveniente desde el punto de vista pedagógico, llenar la cabeza del estudiante de informaciones sin enseñarle a razonar sobre ellas, dándoles condiciones de seleccionar ese material y emitir juicios de valor sobre él. Los conocimientos deben funcionar como un reactivo intelectual y no ser destinados a penas como almacén de datos, como si el cerebro humano no pasase de un simple depósito.
La enseñanza pues, debe ser conducida en el sentido de forzar al destinatario a reflexionar y a formarse una opinión propia a partir de las informaciones que le son ofrecidas y de los datos que su observación seleccionó. Los medios de comunicación, aunque no sea intencionadamente, saturan las mentes infantiles de informaciones, haciendo muy difícil, en esa fase del crecimiento, el proceso de selección, ya que no existen aún parámetros para tal cosa. La educación familiar, esto es, aquella que orienta a la formación del carácter, y que da relevancia a los padres, debe estar impregnada de los valores por ellos aceptados. Por tanto, a la familia y a la escuela caben ofrecer el tipo de material que servirá de base a las actividades de reflexión del alumno. Este recibirá siempre influencias externas y opuestas a aquellas que fueron recibidas de la familia, más habrá, con seguridad, prevalencia de los valores y conceptos que la familia le hubiera ofrecido.
Así, se torna necesario que los padres comprendan que es a ellos a quienes corresponde la atribución natural en la selección de valores e informaciones que deben trasmitir a sus hijos y a la cual no pueden renunciar. Sin descuidar el aspecto y la necesidad de enseñar a pensar, los padres deben, al mismo tiempo, ofrecer a los hijos qué pensar (escoger por ellos los contenidos), hasta que ellos, alcanzada la madurez suficiente, escojan su propio material. Mientras llega ese momento, les cabe encaminarlos por los complicados meandros del raciocinio y el discernimiento. Realizada esa tarea, los padres estarán vigilantes con sus obligaciones, hasta que da uno tenga su libre albedrío y tome sus decisiones una vez alcanzada la madurez.
En razón de eso, es por demás evidente, para los padres espíritas, así como para todos los demás padres pertenecientes a otras corrientes del pensamiento, que tienen el deber de orientar a los hijos dentro de los principios éticos, religiosos o filosóficos que dirijen sus propios pasos en la trayectoria terrena. Por tanto, el padre espírita que es indiferente a la orientación familiar dentro de las enseñanzas del Espiritismo, no está siendo coherente con sus principios, demostrando una gran y perniciosa indiferencia en relación con lo que es de importancia para los propios hijos. Únicamente no debe intervenir en la orientación cuando sus hijos hubieran alcanzado la madurez. Fuera de eso, es su obligación intransferible transmitir los conocimientos espíritas a la familia, educándola de acuerdo con la concepción de la vida que el Espiritismo desvela. Ningún presunto escrúpulo de cercenamiento de la libertad de pensar debe disminuir la determinación de los padres en ese sentido, pues ya vimos como las dudas en la elección del tipo de educación religiosa a ser seguida, ha favorecido la interferencia de terceros en una tarea que es responsabilidad exclusiva de la familia.
Concienciémonos de que los Espíritus que reencarnan en un hogar espírita necesitan, sobre todo, de la orientación que el Espiritismo puede ofrecer. De otro modo, tendríamos que admitir que volvemos a la Tierra sin ninguna planificación, navegando por el mar de la vida a merced de las olas, sin rumbo, sin brújula, sin recursos para rehacernos del pasado y avanzar hacia el futuro con paso firme y seguro. El Espiritismo, que revive las lecciones de Jesús, es la mejor herencia a ser dejada a los hijos, si en realidad ya entendemos el alcance de la Doctrina Espírita en la reconstrucción de la sociedad humana, cada vez más carente de comprensión y de paz.
“Eduquemos con el mayor empeño a nuestros hijos dentro de los principios espíritas, sin recelos, sin vacilaciones, convencidos de que estamos colaborando para su verdadera felicidad y para la regeneración del Mundo.”
Rocha, Cecília. Pelos Caminhos da Evangelização. Rio de Janeiro: FEB, 2008
Traducción: Valle García