Ayudar a los Hijos

Sin títuloAyuda a tu hijo mientras estés a tiempo.

La existencia en la Tierra es la viña de Jesús, en que nacemos y renacemos.

¡Cuántos olvidan a sus hijos, pretextando el auxilio al prójimo, y acaban como fardos pesados para la gente!

¿Cuántos se dicen portadores de la caridad para el mundo y relegan el hogar al desespero y al abandono?

No conviertas al compañerito inexperimentado en ornamento inútil, en la galería de la vanidad, ni le armes una prisión en el egoísmo, arrebatándolo a la realidad, dentro de la cual debe marchar en compañía de todos.

Dale, siempre que sea posible, la bendición de los recursos académicos; pero, antes de eso, ábrele los tesoros del alma, para que no se engañe con las fantasías de la inteligencia cuando procura actuar sin Dios.

Enséñale la lección del trabajo, preparándolo simultáneamente en el arte de ser útil, a fin de que no se transforme en alimaña inconsciente.

Los padres son los orfebres de la belleza interior.

El buril del ejemplo y la lámpara sublime de la bondad son los instrumentos de tu obra.

No impongas, a la formación juvenil, los ídolos del dinero y de la fuerza.

La bolsa llena y el alma vacía de educación es camino seguro para la muerte de los valores espirituales. El poder sin amor genera títeres que la verdad destruye en el momento preciso.

Garantiza la infancia y la juventud para la vida honrada y pacífica.

¿Qué sería del granero si el labrador no preservase la simiente?

Quien desprecia el brote frágil es indigno del fruto.

Haz de tu hijo el mejor amigo, si deseas un continuador para tus ideales.

¿Qué será de ti si, después de tu pasaje por la vida física, no hubiera un cántico sincero de agradecimiento dirigido a tu espíritu de parte de aquellos a los cuales debes amor? ¿Qué recogerás en la siembra de la vida, si no plantas el cariño y el respeto, la armonía y la solidaridad, ni aún en el jardín doméstico?

No repruebes al azar.

En tu seguridad de hoy lanza raíces a la tolerancia de tu padre y en la dulzura de las manos arrugadas y tiernas de tu madre.

Olvida el modelo de la violencia.

¿Qué sería de ti sin la paciencia de algún viejo amigo, o de algún maestro olvidado, que te enseñaran a caminar?

El destino es un campo restituyendo invariablemente lo que recibe.

Ama a tu hijo y haz de él tu confidente y compañero.

Y, cuanto pudieres, con tu entendimiento y con tu corazón, auxílialo, cada día, para que no te falte la visión consoladora de la noche estrellada en la hora de tu reposo y para que te glorifiques, en plena luz, en el instante luminoso del despertar.

(De “Plantão da Paz”, Espíritu Emmanuel, psicografía de Francisco Cândido Xavier)

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